Por Catalina Fecchino
Desde que nací, estuve en contacto con la naturaleza. Mi padre, ingeniero agrónomo, nos llevaba todos los fines de semana al campo. Luego de pasar toda la semana en la ciudad, era lo mejor que me podía pasar.
Correr a las gallinas, deambular por infinitos caminos llenos de flores y árboles. Recuerdo la sensación de libertad absoluta. No había nada ni nadie que me delimitara un espacio. Todo era posible. Y no es que había distracciones. Nada demasiado especial.
El mejor programa era salir con mis hermanos a cazar peludos. Descubrir sus escondite y esperar, intentando hacer silencio -lo cual era imposible- a que salgan para capturarlos y meterlos en la caja de la camioneta. La gran desilusión, a la mañana siguiente, llegaba cuando me despertaba y se habían escapado. O los soltaban. Lo mismo da.
El otro día me puse a pensar cuando fue la última vez que me tiré en el pasto, simplemente a mirar la nada. Fue entonces cuando llegaron estas zapatillas a la redacción. Y me las puse. No me pregunten porqué, pero inmediatamente volví a ser la chica que corría y torturaba a las gallinas. Trepé árboles, volví a sentir esa adrenalina de estar a unos cuantos metros del suelo. El viento en la cara. Disfrutar esa tranquilidad ajena a la ciudad.
Las zapatillas fueron un pasaporte a mi pasado. No sé si les pasará a ustedes, pero las Topper by Tramando con su estampa llamativa y alegre me hicieron recordar lo simple y divertido que era ser feliz.
Desde que nací, estuve en contacto con la naturaleza. Mi padre, ingeniero agrónomo, nos llevaba todos los fines de semana al campo. Luego de pasar toda la semana en la ciudad, era lo mejor que me podía pasar.
Correr a las gallinas, deambular por infinitos caminos llenos de flores y árboles. Recuerdo la sensación de libertad absoluta. No había nada ni nadie que me delimitara un espacio. Todo era posible. Y no es que había distracciones. Nada demasiado especial.
El mejor programa era salir con mis hermanos a cazar peludos. Descubrir sus escondite y esperar, intentando hacer silencio -lo cual era imposible- a que salgan para capturarlos y meterlos en la caja de la camioneta. La gran desilusión, a la mañana siguiente, llegaba cuando me despertaba y se habían escapado. O los soltaban. Lo mismo da.
El otro día me puse a pensar cuando fue la última vez que me tiré en el pasto, simplemente a mirar la nada. Fue entonces cuando llegaron estas zapatillas a la redacción. Y me las puse. No me pregunten porqué, pero inmediatamente volví a ser la chica que corría y torturaba a las gallinas. Trepé árboles, volví a sentir esa adrenalina de estar a unos cuantos metros del suelo. El viento en la cara. Disfrutar esa tranquilidad ajena a la ciudad.
Las zapatillas fueron un pasaporte a mi pasado. No sé si les pasará a ustedes, pero las Topper by Tramando con su estampa llamativa y alegre me hicieron recordar lo simple y divertido que era ser feliz.